miércoles, 9 de julio de 2014

Si globalizamos, lo globalizamos todo…


El pensador de Rodin con una
bolsa de la compra en la cabeza
¿En manos de quien está este mundo? Cada vez está más claro, es más evidente y todo nos constata que las cosas no han cambiado con la implantación de las democracias, con las revoluciones sociales, sea la francesa, la independencia de EE. UU. o la rusa y cuantas otras conllevó su ideología. Al final, mandan los de siempre, controlan los de siempre y explotan a los de siempre. Poderoso caballero es don dinero, decía Quevedo, pero ¿acaso no se ha demostrado que los líderes se corrompen por él, que las ideologías acaban sucumbiendo ante su poder, que los idealistas son revolucionarios de una generación que luego es fagocitada por el poder contra el que luchaban o el que han creado ellos mismos?

El socialismo militante pasó a llamarse socialdemocracia. Una especie de ideología descafeinada que se daba la mano con el capitalismo neoliberal en una perversa complicidad. La muerte de las ideologías contrapuestas al capitalismo mercantilista, mediante la claudicación de sus líderes mafiosos, sumidos y arrobados por la corrupción y la llamada del dinero, despojó al socialismo de su capacidad ideológica de lucha por la justicia social en sentido universal y anuló su oposición al sistema integrándolo en el mismo.

El sistema neoliberal, donde el mercado es el regulador de las relaciones sociales, de las transacciones económicas y de la dinámica mercantilista, reivindicó para sí todo el poder. Los flujos económicos, el dinero, acaba imponiéndose y quien lo tiene ejerce dicho poder sobre quien no lo tiene.

Fueron a globalizar el mundo pero en el sentido de mercado. Permitir que los productos, las mercancías, se movieran sin límites ni fronteras, que los capitales fluyeran a donde podrían obtener más beneficios, deslocalizar las empresas para ubicarlas donde el trabajo estuviera más mal pagado y el beneficio fuera el máximo. Países donde no se respetan los derechos humanos, donde no hay libertad sindical, donde la explotación infantil y de todo tipo es tolerada. Pero también había que despojar a los Estados de su capacidad de influir en la economía. Había que privarlos del poder y de su autoridad en la regulación de los flujos económicos y mercantiles, someterlos a las normas del mercado financiero controlado por organizaciones supranacionales. El FMI, el BCE, las agencias de calificación, los intereses geopolíticos de la UE y de los EE. UU., etc. Se estaba creando un nuevo orden donde el futuro no era de los pueblos sino de los mercados y de las multinacionales que dominan la economía.

Han dado, o pretenden hacerlo, la idea de que el progreso humano es el desarrollo industrial y material, el tener más y consumir más. Confunden el bienestar de las personas con su poder patrimonial y su acceso a los bienes industriales y materiales que conforman el mundo del consumo y establece la dinámica de mercado: “si consumes más, hay más demanda y más trabajo y si hay más trabajo ganas más y puedes consumir más” pérfida espiral que acabará en poco tiempo con los recursos del globo, pero eso a ellos no les importa porque tienen garantizado el suministro, incluso, la creación de un mundo particular donde se esconderán el día de mañana dejando en evidencia al resto de la población mundial. Mientras van creando al hombre mediocre, al crédulo que se somete a sus mentiras, que, al no tener criterio propia ni capacidad y ganas de razonar, acaba sometido a mero eslabón en la cadena de su desarrollo industrial, donde solo sirve el que consume y rinde en sus empresas, el resto queda marginado y forma parte del colectivo de la pobreza.

No comparten, ni defienden, la evolución humanista; el hacer del ser humano un sujeto pensante, creativo, espiritual, donde el desarrollo del intelecto y la educación sea el motor del progreso, del SER y no del TENER. No defienden un crecimiento sostenido, equilibrado con los recursos de la naturaleza para garantizar la viabilidad de la humanidad de cara al mañana. Cada vez escapan más a las leyes o procuran que gobierne quienes les hagan leyes a su medida e interés. Han neutralizado a los políticos mediante la compra de personas y partidos. Han ayudado a desprestigiarlos para que la ciudadanía aumente su desafecto y acabe en la apatía, en el individualismo egoísta y el desamparo por incapacidad de sus líderes políticos. En todo caso, están dispuestos a potenciar aquellos que les sirvan para distraer la atención del pueblo con sus programas y proclamas que disgreguen a la ciudadanía y les lleve a otros conflictos y evasiones de una realidad social donde el enemigo dejan de ser ellos para proyectarlo en otros grupos o componentes de la sociedad, debilitando así la lucha de clases sociales que están creando con el incremento del gradiente riqueza-pobreza.

Esa es la trampa. Debilitar al Estado, al sistema democrático, a la soberanía popular, para ocupar ellos el trono, el ordeno y mando, aunque sea  a través de sus servidores, traidores a quienes les votan, a quienes engañan y manipulan con los medios que ponen a su alcance los verdaderos dueños del sistema.

No estoy yo en contra de las globalizaciones, faltaría más. Creo que el progreso se ha de llevar a los demás países y que nosotros deberemos perder algo para que lo ganen ellos, pero no globalizar implicar hacerlo con todo, con los derechos humanos, con la legislación laboral, con las normas y valores que sustentan el crecimiento, con la educación, con la sanidad, con la protección a los desfavorecidos, con la solidaridad, etc.

Ellos producen a 5 en un país y lo venden a 100 en otro, lo que les reporta 95 para su bolsillo. O sea, que han robado, por decirlo de alguna forma, parte de esos 95 a quien los produce o a quien los compra. Es como si hubiéramos abierto unos vasos comunicantes entre el tercer y primer mundo, pero con una espita en el tubo por donde sacan ellos los beneficios fraudulentamente. El flujo económico del mercado no llega a la población sino que se queda en el bolsillo de  los mafiosos, de los empresarios sin escrúpulos, que ven como la población que produce la mercancía sigue en la indigencia.

Por tanto, si queremos globalizar, globalicemos todos los derechos que menciono más arriba, de lo contrario seguiremos en manos de ese poder económico que nos domina entre bastidores, pero para ello se tendrá que fraguar una conciencia de ciudadanía global que neutralice a sus políticos acólitos… Habrá que preguntarse a qué juegan los partidos que nos gobiernan y no darles nuestra confianza si no es para reorientar el sistema hacia estos fines.


Finalmente, quiero hacer especial mención a algo que está siendo cuestionado y que hace tambalear las bases de la justicia universal. Si se está permitiendo que los capitales fluyan, que las economías no tengan fronteras, no es de recibo que algo tan serio como el concepto de justicia se reduzca a la idiosincrasia de cada país. La justicia ha de ser universal, igual para todos, aquí y en la Conchinchina. El que la hace debe pagarla se esconda donde se esconda. No puede la economía doblegar a la justicia. No se puede cambiar la ley en función de los intereses de colectivos poderosos. Estamos perdiendo la partida y se crea un mundo “ad hoc”, para ellos y sus intereses. Si hablamos de universalidad hagámoslo desde la economía, desde los derechos y desde la ley, que cualquier acto de lesa humanidad pueda ser tratado y denunciado en cualquier país, en cualquier lugar del mundo y juzgado con arreglo a una ley universal que nadie debe esquivar, sea un general chino, un dictador o un explotador de menores…



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